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El
mar
n o s
a cogió
con su
festín de olas,
escuchamos la
risa de los peces
como un canto
de amor al universo.
Llegaron ebriamente
tus palabras a esconderse
en mi pecho, como aleteo
de guanayes tiernos,
mirando rubricarse allí en el cielo,
a las gaviotas en eterno beso.
Loco de caracolas y sardinas,
guardé el cielo en mi alma,
revisando aberturas para que no saliera,
dibujé con las nubes mi destino,
roturé tu jardín para sembrar estrellas
y cosechar tu luz en mis ensueños.
Fui dichoso cual árbol que se puebla
de aves y de nidos y fui echando raíces,
con el alma encendida de ternura.
Caminamos unidos de las manos
como el sol con el día,
robándole al amor su claridad sagrada,
su risa desgranada al mediodía,
bendiciendo la eterna sonrisa de los días
con la esperanza de ser como la brisa
o la bondad del pan en la boquita
trémula de un niño.
Antonio Escobar Mendívez
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