Nada puedo alcanzarte
i n a l c a n z a b l e
estructura de aromas,
sino cariño sempiterno
y claridad total de aurora inmensa.
Para ti no alcanzan mis palabras
porque tienes la medida del mundo entre tus manos,
palomas cotidianamente voladoras,
de la sala brillante de tus pasos, al comedor oloroso,
a la cocina donde artista infinita decoras nuestros días
de vida y de bondad.
Nada tengo que darte eternidad de besos,
gaviota de mis playas
soledosas, pobladas de tus cantos ternurosos,
sino palabras tristes, silentes amorosas,
entre mis labios trémulos
y asustados de recibir tu amor.
¿Quién eres? que con tus manos puedes
sin magia y truculencia despedazar al día
comenzando del alba hasta el crepúsculo,
dejarlo solamente en esqueleto de segundos
inmensos minutos de alabanzas,
horas intensas de felicidad.
Y van tus pasos grandes
entre estancia y estancia,
dejando en las losetas de la vida
pintado un gran paisaje con tu amor.
Cómo puedes mujer multiplicarte
tanto diariamente,
sufrir los sinsabores del destino,
correr hasta el mercado del dolor,
recoger alegrías de las rosas
sin hincarte las manos,
peinar nuestra inocencia de niños
y cantando con lágrimas
que bullen alocadamente en tus pupilas,
mitigar el dolor de los pasos perdidos
de los hijos en multitud corrupta.
Madre infinita,
eternidad cotidiana e intensa,
mágica mujer incomprendida y abnegada,
trabajadora sin salario, femenina fragancia,
paisaje poblado de matices inefables;
ora en el pueblo joven
te apareces luchando
por agua techo y pan,
ora en las oficinas con la mitad
del alma laborando
y la otra mitad
pendiente de tus hijos
que dejas en tu hogar.
Y otra vez en los surcos
de la tierra regando con sudor
y esfuerzo grande la claridad del pan;
y tanto allá en el campo
como en la urbe inmensa,
entre surcos y aves
entre llantos y risas,
con cosméticos caros o múltiples adornos,
o con polleras con flores y ponchos o con llanques,
sudorosa y lozana con tus trenzas hermosas,
eres la misma madre soñadora y sincera,
la misma rosa humana,
la gaviota espumosa de mar,
la golondrina que dibuja sus nidos
en el pecho del hijo
y la playa en que un día
recostaremos todos la cabeza canosa,
a mirar el crepúsculo de la vida
desde tus pupilas infinitas.
Antonio EScobar Mendívez
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