Qué fácil Dios mío,
ofenderte. Espinas
de negrura
dejarte nuevamente
en tu costado.
Mancillar tu frente
de alborada sin pensar que te empinas
de dolor ante el pecado e iluminas
las almas. La hipocresía inclemente
que camina en las sonrisas diariamente
punzante hiel.
¡Dios mío!, te inclinas,
humilde universal,
tu corazón
lo entregas
sin mirar al pecador
y dejas tu semilla
de ternura
germinando siempre
el perdón
en un camino
iluminado de amor
donde tú eres Señor,
plena dulzura.
Antonio EScobar Mendívez
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